Después del gran festejo y con algunos tragos de más, decidí
que debería seguir con mi venganza. Debía actuar rápido antes de que todo el
mundo se enterara de lo que había sucedido con la ojona; pero también de forma
cautelosa para evitar ser sospechosa.
La siguiente definitivamente debía ser “La Campirana”, no recordaba exactamente que había
dado origen a su apodo, eso había sido años atrás, pero si estaba muy segura que la apariencia de
su hogar tenía mucho que ver.
Tuve que investigar discretamente en donde vivía, fue
sencillo, una de mis queridas amigas vivía en la misma colonia. Así que, en una
plática casual me indico en donde vivía mi siguiente victima.
Cuando llegue a su casa me pare justo enfrente, y si
efectivamente era un lugar tan “rustico” por así llamarlo, con gallinas y patos
en el jardín, sucio, con una cerca de madera putrefacta y mal hecha, y un
sinfín de cosas que la habían hecho acreedora de tan singular apodo.
No había luz dentro de la casa, así que decidí esperar
pacientemente a que la susodicha llegara.
Una hora mas tarde llego.
-¡Que ocasión tan
perfecta!-pensé. Esto iba a ser aun mas sencillo que cuando “ayude” a la Ojona.
Primero me asegure de que todas las puertas estuvieran
completamente bloqueadas, al igual que las ventanas. Después de esto le envié
un mensaje que decía “vamos a solucionar esto, si no te gusta ser la campirana,
lo arreglare”. Acto seguido en su disgustante jardín esparcí rápidamente gasolina.
De mi sudadera saque los cerillos, y los encendí uno tras otro lanzándolos hacia
el jardín. Para mi sorpresa fue mucho mas fácil de lo que había pensado, la
casa rápidamente comenzó a incendiarse, y yo lentamente me fui alejando por la
acera. Dejando atrás el fuego y los gritos de ayuda que eran como música para
mis oídos.
Para dar una explicación como la que ellas me dieron a mí
mientras me golpeaban en aquel asqueroso baño, la llame de un teléfono que
estaba en la esquina, y cuando contesto suplicando que la ayudaran, solo respondí
–Problema resuelto campirana.
Al colgar suspire profundamente y una sonrisa invadió mi
rostro. En ese momento recordé a mi amiga la que me había indicado donde vivía la
campirana, y la cual vivía en esa misma colonia, así que decidí ir a visitarla para
compartir mi alegría.
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